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La ladilla del debate político

28 Jul

Uno de los temas que más me apasionó durante mis estudios de Ciencia Política fue el problema de la estabilidad y del cambio político. Por qué unos sistemas políticos perduran por siglos, otros apenas duran unas décadas y los más infaustos apenas tienen tiempo de aprovecharse de un poder efímero.

En esto juega mucho la politización de grupos dentro de la sociedad y su participación presionando a las instituciones para el cambio político.

Si estamos en una sociedad en la que un grupo ha reinado por años, como aconseja Rousseau, convirtiendo su fuerza en derecho y la obediencia en deber, es porque de alguna forma ha logrado que sus planteamientos particulares se hayan convertido en la comunidad de muchos.
América Latina vive tiempos de cambio político. Y no se trata especialmente de lo que planteó Mel Zelaya en Honduras, Chávez en Venezuela, Menen en Argentina, o Fernando Henrique Cardozo en Brasil. El cambio político es una tendencia natural de las sociedades, que aparece a través de nuevos grupos que se incorporan movilizados al activismo.

Cuando las instituciones vigentes pueden asimilar esas nuevas invectivas, y hacerlas propias, o suavizarlas a través de largos y complejos procesos de negociación, estamos ante las reformas políticas. Estos procesos, para ser exitosos, sólo los pueden llevar a cabo políticos muy hábiles e inteligentes, como Adolfo Suarez, en la Transición de la España de los años 70.

Se va poco a poco, fustigando a los conservadores, conteniendo a los radicales.

Se dan innumerables reuniones para avanzar sólo un poquito.

Es un juego en el que el tino es palabra clave.

El debate político se hace rico, y el periodismo goza y se enaltece con ello.

Puede ser, incluso, que las tendencias al cambio estén presentes y cuando emerjan con fuerza, el grupo político dominante las estripe para seguir reinando, hasta una nueva oportunidad.

Y eso no es malo ni es bueno.

Eso es y ha sido siempre la Política.

Ejemplos de estas dos opciones los encontramos precisamente en Venezuela durante los años 60, cuando la clase política dominante no pudo o no quiso asimilarse con la izquierda.
No hubo posibilidad de negociación, y aquélla optó por las armas para luego ser derrotada.
La segunda opción se presentó durante el primer gobierno de Caldera, cuando la negociación se hizo posible, hubo perdones y las instituciones reinantes asimilaron a los guerrilleros reconvertidos y los admitieron en el debate político.
Más allá de las aspiraciones reeleccionistas que pueda tener o haber tenido Mel Zelaya (que aunque no estaba escrito en ninguna parte, lo asumo como cierto por la tendencia que se está viendo en América Latina y otras particularidades de su propuesta), existen grupos en Honduras que plantean el cambio político.
Precisamente el 28 de junio pasado se iba a medir la potencia popular de ese cambio polìtico, pero los militares y posteriormente las instituciones lo abortaron. Pase lo que pase de aquí a noviembre, esas tendencias deberán ser asimiladas, para garantizar una estabilidad política duradera en este pequeño país.
Hablé de las reformas políticas y asimilación de la participación. Pero otra cosa ocurre cuando la participación es una avalancha de fuerza movilizadora insostenible, que las instituciones no pueden detener, como se detuvo en Honduras.
Se está entonces en presencia de una Revolución.
Las características de esos procesos son devastadoras para la inteligencia.
Se amalgaman las diferencias y se suprime la negociación.
Aquí el Periodismo de Investigación debería intentar lucirse.
Pero es aquí o allá.
Es sí o es no.
Todo intento de discernir resulta sospechoso.
Y por ende deleznable.
Por demás, perdonen que lo diga así.
Pero el debate político se transmuta en una ladilla insoportable.

 
3 comentarios

Publicado por en 28 julio 2009 en Uncategorized

 

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3 Respuestas a “La ladilla del debate político

  1. Adriana Del Nogal

    14 agosto 2009 at 4:38 pm

    Gracias por escribir lo que a veces siento y no sé o no puedo expresar.

     
  2. EF Herrera-Paz

    8 octubre 2009 at 11:15 pm

    Estimado Carlos: Estoy de acuerdo contigo en la mayoría de tus puntos, pero debo contradecirte en una cosa: En Honduras, en estos momentos, no hay ninguna «fuerza movilizadora insostenible», y mucho menos una revolución. En Honduras no hay servicio militar obligatorio, por lo que tenemos un ejercito mas bien pequeño; aquí cualquiera tiene armas, y las Kalishnikovas abundan por todos lados. Sí hay seguidores de Zelaya, pero te aseguro que si hubiera una fuerza de tal naturaleza, el depuesto presidente hace tiempo hubiera recuperado el poder. Lo que siento es que a la mayoría de los Hondureños, aunque definitivamente queremos cambios, no nos gustó el hecho de que Hugo Chávez viniera a faltarnos el respeto con la venia de Zelaya. Desde luego en Telesur escucharas todo lo contrario. Un abrazo desde Honduras.

     
    • borisspasky

      9 octubre 2009 at 1:09 pm

      Gracias E.F por entrar y comentar en mi blog.
      He releído la parte que refieres, y me doy cuenta que cometí un error. No pretendí decir que en Honduras hubiese una revolución ni tampco alguna «fuerza movilizadora insostenible». Construí mal la frase, intentando fallidamente decir que en Honduras también se paró una tendencia al cambio político, que como sí comentó, es normal que ocurran esas cosas porque de eso se trata la lucha política en todas partes.
      PD: Me metí en tu site y me gustó el artículo de los tatara. Tuviste una fórmula amena de explicar algo complejo.

       

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